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LA PENÚLTIMA LOCURA DEL TÍO JESS

 



LA PENÚLTIMA LOCURA DEL TÍO JESS

 

Lo dijo en varias ocasiones, que moriría rodando. Y a poco que lo consigue el tío. Unos días después de estrenar su última película en el cinema Maldá de Barcelona, Jesús Franco (conocido cariñosamente como tío Jess) fallecía a los 82 años.

 

Su lapidaria afirmación no era baladí, y a pesar de ayudarse con una silla de ruedas y estar aquejado de seniles temblores, el gran Jess Franco era capaz de seguir rodando película tras película, atizado por esa necesidad enfermiza de grabar (y de grabar lo que sea) que sólo tienen los verdaderos cineastas y entusiasmado por la facilidad que le ofrecía la tecnología digital.

 

 

Su última locura ha sido ‘Al Pereira vs. the Alligator Ladies’. Aunque quizá tendríamos que considerarla como la penúltima locura del maestro, ya que este incatalogable film lo rodó el verano de 2012 a la vez que pretendía un rodaje paralelo de algo llamado ‘Culitos in the night’ y planeaba toda una serie de películas basadas en el personaje que interpreta su amigo Antonio Mayans.

 

El propio Mayans pudo contar esta y otras anécdotas en el homenaje que le fue rendido en la sala Artistic Metropol de Madrid, donde el cortometraje ‘Tío Jess’  (Matellano & Stuven, 2012) trajo de nuevo a la vida durante unos minutos a Jesús Franco para que después él nos devolviera a la muerte, al terror y a otra serie de bromas macabras, bizzaras y… entrañables que conforman su cine, y que en ‘Al Pereira vs. the Alligator Ladies’ se hiperbolizan hasta límites insospechados y casi inaguantables.

 

 

Desde luego que el cine de Jess no es para todos los públicos. No lo era al principio, cuando este anarquista del lenguaje cinematográfico se comedía un poco, no lo iba a ser ahora que manejaba entre sus manos una cámara digital como quien maneja nitroglicerina. Y, en efecto, algún que otro espectador fue abandonando la sala tras casi media hora de torpes bailes de desnudos e inconexos diálogos acompañados de primeros planos de vaginas. Pero no es que la película de Jess Franco sea mala (que lo es), es que es una película de Jess Franco.

 

Él mismo decía que no le gustaban sus películas, pero su adicción al cine no era tanto por hacer cine, si no por el rodaje en sí mismo. Y así, ‘Al Pereira’ se desarrolla como un zafio cubo de Rubik en el que todos aquellos “errores” que se intuían en el “cine cutre” del Jess Franco de los setenta (tonterías de las que pasaba el hombre… como el racord, la linealidad argumental, los contraplanos, etc) se descontrolan ante el espectador viendo al propio director dando órdenes en el reflejo de un espejo, a las actrices replicando en pelotas un diálogo improvisado o al propio Mayans desternillado mientras sujeta una improbable pistola de plástico.

 

 

“Pero esta película es una mierda”, le dijo Klaus Kinski a Jess Franco durante un rodaje, “¿Pero qué esperas? contigo como actor y conmigo como director esta película no va a ser una mierda… va a ser una puta mierda”, le respondió.

 

Y es que si Jesús Franco se ha hecho un nombre en la historia del cine no ha sido precisamente por su respeto al cine formal. Toda esta malsana apología del cine por impulso, del anti-cine del que hace gala ‘Al Pereira vs. the Alligator Ladies’ y que sirve casi de auto homenaje en una cinta experimental (porque al final es cine experimental de zafarrancho exento de glamour) es lo que convirtió a Jesús Franco en referente del terror en la década de los ‘60 y ‘70, en plena efervescencia del género del terror.

 

 

En competencia directa con las producciones sci-fi de Hollywood, con los intentos de resurrección de los viejos monstruos de la Hammer y la Universal, e incluso con los modernos asesinos del giallo italiano, Jess Franco se convirtió en un experto del copypaste, capaz de encabalgar un rodaje tras otro (a veces varios a la vez), contando para ello con presupuestos verdaderamente ridículos.

 

No importaba si los decorados del decadente castillo gótico de Drácula tambaleaban al roce de un tramoyista, o si un avión cruzaba el set de rodaje. Esas carencias carecían de importancia para el ojo clínico de un director que podía llegar a obcecarse en hacer un zoom interminable desde un plano detalle de los ojos del protagonista hasta un plano general de todo el set. Y si un avión se cruzaba en su camino, desde luego que ese no era su problema.

 

 

‘Gritos en la noche (1962), ‘El secreto del Dr. Orloff’ (1964) o ‘Miss Muerte’ (1966) evidenciaron la capacidad de un cineasta español que ya tenía un pié en una Europa diferente antes que su propio país. Películas neogóticas que nacían de una depresión histórica y que buscaban en el romanticismo de principios de siglo nuevas formas de expresión mientras la censura franquista se obcecaba en las comedias de turismo y en los vodeviles familiares.

 

El cine europeo de Jess era incómodo (formal y argumentalmente), sus películas tendían hacia un aberrante psicoanálisis, su lenguaje era surrealista y nada complaciente, sus personajes estaban vacíos (como los ojos del monstruo)… y nada de esto era buscado. Era el lenguaje natural de un cineasta que sólo esputa.

No es de extrañar así que no fuera hasta la década de los noventa, en pleno auge de la cultura pop, cuando los neomodernistas (hoy llamados hipsters) empezaran a reivindicar la aportación de este anti-cine a tiempo para entender los abruptos cortes de metraje o el bizarrismo visual de nuevas divas iconoclastas (léase Quentin Tarantino).

 

 

Pero no nos adelantemos, el vacuo reconocimiento que se granjearía Jess Franco durante esta época es radicalmente opuesto al de su producción contemporánea (verdaderamente independiente, libre y marginal) y que difícilmente encontraremos en los packs de Blu-ray que previsiblemente se comercializarán a raíz de su muerte.

 

El título que sí nos encontraremos y por el que le recordaremos (¿qué menos?, por otra parte) es el de ‘Necronomicón’ (‘Succubus’, 1968), producción alemana que se convirtió en su obra cumbre y en la que despliega en todo su esplendor  elementos propios como el erotismo de la femme fatale, la narración suspendida como elemento de suspense, los ecos del surrealismo y la paranoia y el horror vacío.

 

 

El reconocimiento internacional que le granjeó la película (se cuenta que el propio Fritz Lang le dejó una nota impresionado tras verla en la Berlinale) le convirtió inmediatamente en el paladín del terror barato capaz de seguir haciéndole al mismísimo Christopher Lee las películas de Fu Manchú (‘Fumanchú y el beso de la muerte’, 1968, y ‘El Castillo de Fu Manchú”, 1969) al tiempo que rodaba ese mismo año hasta ocho cintas distintas. Con tamaña capacidad para el rodaje, insistimos, que se cruzara un avión sobre el set de rodaje era, desde luego, el menor de los problemas de Jess Franco.

 

Pero este coqueteo con el gran Lee, con el que incluso llegó a grabar una versión de ‘El conde Drácula’ (1970) o las películas que rodó con el indomable Klaus Kinski, entre las que podríamos destacar la resurrección del personaje de Orloff (‘Jack el destripador’, 1976) no deben ensombrecer la trayectoria que tendría el tío Jess más allá de todas estas producciones que, paradójicamente, eran las más comerciales y que entronca con el despropósito de su penúltima locura, la de ‘Al Pereira vs. the Alligátor Ladies’.

 

 

Los años ‘70 no solamente fueron un fértil caldo de cultivo para los géneros cinematográficos del terror y la ciencia ficción, tampoco lo fueron solamente para la música, ni para los movimientos sociales en pro de los derechos humanos, ni para el arte consumista. Aquella década maravillosa también merece un lugar de honor en los libros de historia por su destacable aportación a la pornografía.

 

Nos encontramos en los albores del erotismo cinematográfico, en el tímido nacimiento de clásicos de culto como ‘Garganta profunda’ (Gerard Damiano, 1972), ‘Emmanuelle’ (Just Jaeckin, 1974) o ‘La historia de O’ (Justin Jaeckin, 1975). Y nuestro tío Jess, que siempre jugueteó con esa mezcla de erotismo y terror como si fueran dos caras de la misma moneda, continuó con una tendencia erótica que le permitió establecer una relación profesional y personal con la que sería su musa en ese descenso hacia las subproducciones cien por cien Jesús Franco: Lina Romay.

 

 

Rosa María Almirall Martínez (Lina Romay) apareció o colaboró en gran parte de las películas de Jesús Franco desde la década de los ’70 hasta su fallecimiento en 2012, pero también se consolidó hasta bien entrada la década de los ’80 como star system del cine erótico. Mientras tanto, ambos conformaron nuevos clásicos de culto en la filmografía de Franco que aún comulgaban con los pilares del terror gótico europeo pero que entroncan con un nuevo erotismo igualmente decadente, empezando por ‘La maldición de Frankenstein’ (1972), continuando con la bellísima ‘El ataque de las vampiras’ (1973) o la ya mencionada ‘Jack el destripador’ (1976), para empezar una carrera en el nuevo género con otros pastiches como ‘Ópalo de fuego’ (1980), ‘Orgía de ninfómanas’ (1981), ‘Las orgías inconfesables de Emmanelle’ (1982) o ‘Historia sexual de O’ (1984).

 

 

No en todas aparecía Lina Romay, ni todas las películas que hizo Jesús franco durante esta época fueron estrictamente eróticas. Pero la aportación de su musa y compañera durante esta etapa y la siguiente es innegable. De hecho, se acabarían casando en 2008. En cualquier caso, al tío Jess le gustaba decir que cualquier género le daba igual. Lo que le gustaba era rodar. Así retomó con nostalgia viejos clásicos como ‘El siniestro Dr. Orloff (1984) o ‘Venganza en la casa de Husher’ (1988) mientras cada año se hacía un buen puñado títulos variopintos. A veces eróticos, a veces no. Pero en su filmografía se cuentan más de 200 películas de toda índole y calidad.

 

Así era el tío Jess, que le daba igual ocho que ochenta. Y, precisamente mientras se popularizaba esto del cine, el gran maestro del terror de los setenta Jess Franco aprovechó para hacer las películas que le apetecía o para colaborar sin ninguna vara de medir con nuevos cineastas o videoaficionados. Véase su aparición en ‘Karate a muerte en Torremolinos’ (Pedro Temboury, 2003) o su apadrinamiento de la productora ‘Digital 104’.

 

 

Al final, el anarquista del lenguaje cinematográfico se convirtió en referente de la democratización del cine digital: “es la única manera de que haya cuatro locos haciendo películas”, decía. Y él era el rey de los locos.

Su última locura es, reza Antonio Mayans al final, “una historia contada por un idiota llena de ruido y furia que no tiene ninguna importancia”. Por eso, que ‘Al Pereira vs. the Alligator Ladies’ aparezca en ese pack de DVDs para coleccionistas es lo de menos. Lo que realmente importa es que Jesús Franco se lo pasó teta (y nunca mejor dicho) rodando la penúltima película del tío Jess.

 

UC (Manu Cabrera).

 


Madrid, 12 de mayo de 1930 - Málaga, 2 de abril de 2013
D.E.P.